Forma Descripción generada automáticamente
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Revista Multidisciplinar Epistemología de las Ciencias
Volumen 2, Número 4, 2025, octubre-diciembre
DOI: https://doi.org/10.71112/tr9y0e62
INNOVACIÓN Y SOCIEDAD EN ENTORNOS EDUCATIVOS PROPICIOS
INNOVATION AND SOCIETY IN CONDUCIVE EDUCATIONAL ENVIRONMENTS
Carmen Lilia De Alejandro García
Daniel Desiderio Borrego Gómez
Sonia Edith Maldonado Escamilla
Juan Enrique Martínez Cantú
México
DOI: https://doi.org/10.71112/tr9y0e62
1943 Revista Multidisciplinar Epistemología de las Ciencias | Vol. 2, Núm. 4, 2025, octubre-diciembre
Innovación y sociedad en entornos educativos propicios
Innovation and society in conducive educational environments
Carmen Lilia De Alejandro García
clgarcia@docentes.uat.edu.mx
https://orcid.org/0009-0001-3435-8057
Universidad Autónoma de Tamaulipas
México
Daniel Desiderio Borrego Gómez
ddborrego@docentes.uat.edu.mx
https://orcid.org/0000-0003-4211-7189
Universidad Autónoma de Tamaulipas
México
Sonia Edith Maldonado Escamilla
smaldonado@docentes.uat.edu.mx
https://orcid.org/0009-0005-4002-2073
Universidad Autónoma de Tamaulipas
México
Juan Enrique Martínez Cantú
jemartine@docentes.uat.edu.mx
https://orcid.org/0009-0002-3955-9947
Universidad Autónoma de Tamaulipas
México
RESUMEN
En este trabajo se presenta una revisión crítica sobre cómo la innovación educativa contribuye
a la construcción de entornos educativos innovadores en diálogo con las transformaciones
sociales contemporáneas. A partir del análisis, se examinan, en primer lugar, los fundamentos
teóricos de la innovación, resaltando el tránsito de modelos transmisivos hacia enfoques
activos, colaborativos y situados. Posteriormente, se describen los principales instrumentos y
estrategias innovadoras metodologías activas, uso pedagógico de tecnologías digitales y
rediseño flexible de los espacios, señalando tanto sus aportes como sus condiciones de
implementación. En el trabajo realizado se menciona además el papel de la cultura
institucional, el liderazgo inclusivo y la participación de la comunidad educativa como factores
clave para sostener los cambios y evitar que las innovaciones queden aisladas. Además, se
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analizan los impactos sociales asociados a estos procesos, poniendo énfasis en su potencial
para promover la equidad, el bienestar y la justicia social en la educación básica y superior.
Palabras clave: innovación educativa; educación; metodologías activas; liderazgo institucional
ABSTRACT
This paper presents a critical review of how educational innovation contributes to the
development of innovative learning environments in dialogue with contemporary social
transformations. Based on the analysis, it first examines the theoretical foundations of
innovation, highlighting the shift from transmissive models toward active, collaborative, and
situated approaches. It then describes the main innovative tools and strategiesactive
methodologies, the pedagogical use of digital technologies, and the flexible redesign of learning
spacespointing out both their contributions and the conditions required for their
implementation. The paper also discusses the role of institutional culture, inclusive leadership,
and the participation of the educational community as key factors for sustaining change and
preventing innovations from remaining isolated. Finally, it analyzes the social impacts
associated with these processes, emphasizing their potential to promote equity, well-being, and
social justice in basic and higher education.
Keywords: educational innovation; education; active methodologies; institutional leadership
Recibido: 3 de diciembre 2025 | Aceptado: 18 de diciembre 2025| Publicado: 19 de diciembre 2025
INTRODUCCIÓN
Hablar de innovación educativa se ha extendido, pero eso choca con la persistencia de
modelos escolares muy transmisivos, disciplinares y poco atentos a la diversidad social. En ese
sentido, Erstad et al. (2013) alertan de que la escolarización del siglo XX no es suficiente para
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dar respuesta a los desafíos de un mundo digital y conectado, en el que aprender no sucede
únicamente "en el aula", sino que se distribuye entre personas, artefactos y comunidades.
Por su parte, Magen Nagar y Steinberger (2017) evidencian que muchos estudiantes perciben
una brecha entre la forma en que les gustaría aprender (en ambientes más colaborativos,
flexibles y participativos) y lo que experimentan en la escuela. En el contexto latinoamericano,
Caballero Meneses et al. (2025) indican que, como respuesta a esa distancia, se han
expandido las metodologías activas, pero advierten que muchas veces dependen de esfuerzos
aislados de ciertos profesores más que de políticas institucionales consolidadas. En línea con
esto, González García (2024) agrega que muchas veces la "innovación" se queda en sumar
tecnologías digitales dispersas sin alterar dimensiones como la evaluación, el uso del tiempo
escolar o la cultura de centro. Pero también los cambios sociales y tecnológicos abren la puerta
a reconocer la innovación educativa no por lo que logra en términos de resultados escolares,
sino por lo que consigue en términos de inclusión, justicia social, participación ciudadana.
Como advierte Valdés (2022), las reformas focalizadas en resultados estandarizados tienden a
enmascarar relaciones de poder y desigualdades que se reproducen al interior de las escuelas.
Desde la proximidad, Acero et al. (2024) afirman que las innovaciones comunitarias tienen el
potencial de transformar la relación entre universidad, territorio y grupos históricamente
excluidos, generando nuevas formas de compromiso social. En este contexto, vale la pena
preguntarse: ¿cómo se enlazan los principios de la innovación educativa con las herramientas
concretas metodologías, tecnologías, modelos organizativos y con las dimensiones a
menudo olvidadas cultura institucional, liderazgo, participación comunitaria? En efecto,
Alzouebi et al. (2025) muestran que mantener una cultura de innovación en el tiempo necesita
liderazgos que sepan negociar políticas nacionales, expectativas familiares y prácticas diarias
de los profesores. En ese marco, este estudio se plantea tres objetivos principales: (1) sintetizar
los marcos teórico-conceptuales que sustentan la innovación educativa actual, en particular en
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relación con los entornos educativos innovadores (EEI); (2) analizar críticamente herramientas
y enfoques de innovación, con énfasis en tecnologías y metodologías activas; y (3) explorar el
rol de la cultura organizacional, el liderazgo y la participación comunitaria en la creación de
impacto social con la innovación educativa. Por tanto, las preguntas que guían la revisión
buscan conocer cómo se codifican las dimensiones pedagógicas, organizativas y
sociocomunitaria de la innovación y qué condiciones posibilitan que los EEI sean verdaderos
dispositivos para fomentar la equidad, la inclusión y el bienestar. En otras palabras: ¿Cómo
interactúan los pilares, herramientas y estrategias de innovación educativa con la cultura
institucional, el liderazgo y la participación comunitaria para crear entornos educativos
innovadores con impacto social en contextos formales de educación básica y superior?
DESARROLLO
Los fundamentos de la innovación educativa se anclan en principios que trascienden la
mera adopción tecnológica, enfatizando procesos reflexivos y contextualizados que promueven
la equidad y la calidad pedagógica. Erstad et al. (2013) plantean que la innovación educativa
debe comprenderse como una respuesta sistémica a transformaciones sociales, tecnológicas y
culturales que desbordan los límites físicos y temporales de la escuela. Desde esta perspectiva,
la innovación no se reduce a introducir “novedades” tecnológicas, sino a reconfigurar relaciones
entre saberes, actores y espacios de aprendizaje. Magen-Nagar y Steinberger (2017) describen
la innovación como la construcción de entornos donde las percepciones del estudiantado sobre
cómo debería ser el aprendizaje se aproximan a su experiencia real, disminuyendo la distancia
entre lo “actual” y lo “preferido”. Caballero Meneses et al. (2025) argumentan que los
fundamentos de la innovación educativa en América Latina se apoyan en corrientes
constructivistas y sociocríticas que conciben al estudiante como sujeto activo, capaz de
producir conocimiento situado mediante proyectos, problemas y experiencias colaborativas.
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González García (2024) añade que estos enfoques se articulan con la noción de innovación
docente como proceso reflexivo en el que el profesorado revisa sus creencias, saberes y
prácticas para alinearlas con metas formativas más complejas, vinculadas a la ciudadanía
crítica y la justicia social.
En el plano internacional, Trask et al. (2023) proponen un marco caleidoscópico que
vincula las características de los entornos innovadores con las orientaciones al aprendizaje del
estudiantado, resaltando que la innovación requiere equilibrar autonomía, apoyo estructurado y
oportunidades de agencia. Complementariamente, Frelin y Grannäs (2021) conciben los
entornos innovadores como “sistemas robustos”, en los que el diseño físico, la organización
temporal y las prácticas pedagógicas se ajustan mutuamente para sostener la experimentación
y el cambio gradual, evitando reformas efímeras.
Desde una perspectiva tecnológica, Mishra y Koehler (2006) introducen el marco
TPACK (Technological Pedagogical Content Knowledge), enfatizando que la integración
innovadora de tecnologías digitales exige un conocimiento entrelazado del contenido
disciplinar, la pedagogía y los recursos tecnológicos. Esta concepción ha fortalecido la idea de
que la innovación educativa es inseparable del desarrollo profesional docente, ya que implica
reorganizar el conocimiento profesional en torno a nuevas formas de enseñar y aprender.
La literatura revisada sugiere que los fundamentos de la innovación educativa combinan
tres ejes: (a) una visión crítica del rol de la escuela en sociedades desiguales y digitalizadas;
(b) una epistemología que reconoce el aprendizaje como proceso activo, colaborativo y situado;
y (c) un enfoque sistémico que concibe los entornos, las tecnologías y las prácticas como
componentes interdependientes, más que como elementos aislados. Esta base teórica orienta
el análisis de instrumentos, estrategias y condiciones organizativas clave.
Estas aportaciones convergen en la idea de que innovar en educación significa encontrar
un equilibrio entre lo que ya conocemos y lo nuevo, donde aprender con experiencias reales y
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tomar en cuenta el contexto social es clave para lograr cambios duraderos y más justos para
todas y todos.
Caballero Meneses et al. (2025) muestran que las metodologías activas más frecuentes
en la región latinoamericana incluyen el aprendizaje basado en proyectos, la gamificación, el
aprendizaje cooperativo y el aula invertida, asociadas consistentemente a mejoras en
motivación, participación y desarrollo de competencias transversales. Zurita Minango (2024)
evidencia en un diseño cuasi experimental que un grupo de secundaria expuesto a proyectos y
resolución de problemas supera significativamente en rendimiento y motivación a un grupo que
mantiene clases tradicionales, lo que refuerza el potencial transformador de estas estrategias
cuando se planifican y evalúan de forma sistemática. Moreno-Guerrero et al. (2020) analizan la
combinación de dramatización (role-playing) y video educativo en la formación inicial del
profesorado y encuentran efectos positivos en la comprensión conceptual, la autoeficacia y la
implicación del estudiantado de magisterio. Estos autores sostienen que los instrumentos
innovadores funcionan mejor cuando permiten al futuro docente experimentar de primera mano
el rol del estudiante activo, favoreciendo una comprensión encarnada de las metodologías
activas y del uso pedagógico de los recursos audiovisuales. Desde la perspectiva de la práctica
docente en aula, Gualán Minga et al. (2025) describen un repertorio de estrategias para el siglo
XXI aprendizaje basado en proyectos, evaluación formativa, trabajo colaborativo y uso crítico
de TIC que, cuando se articulan con metas de pensamiento crítico y resolución de
problemas, contribuyen a transformar el clima de aula en un entorno más dialógico y reflexivo.
Así mismo, Cardellino y Woolner (2020) muestran que estos instrumentos se potencian cuando
se despliegan en espacios escolares abiertos y flexibles, ya que el rediseño físico facilita la
circulación de grupos de trabajo, la coenseñanza y el uso de materiales variados. No obstante,
González García (2024) advierte que la mera adopción terminológica de metodologías activas
no garantiza prácticas transformadoras: muchas experiencias se limitan a actividades aisladas,
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sin cambios en la evaluación, los criterios de éxito ni la distribución del poder en el aula. De
forma similar, Deed y Lesko (2015) muestran que, cuando se “desmurallan” las aulas sin
acompañamiento pedagógico suficiente, el profesorado tiende a reconstruir rutinas
tradicionales dentro de espacios formalmente innovadores.
Los instrumentos y estrategias innovadoras emergen como dispositivos potentes pero
frágiles: su efectividad depende de su inserción en proyectos curriculares coherentes, de la
formación docente y del soporte organizativo. Las metodologías activas, lejos de ser un listado
de técnicas, suponen una reconfiguración de las relaciones pedagógicas y de los criterios de
calidad educativa, lo que exige repensar tanto los espacios como las lógicas de evaluación y
acompañamiento.
Tecnologías y metodologías activas
Mishra y Koehler (2006) argumentan que la innovación apoyada en tecnologías digitales
solo es genuina cuando el profesorado desarrolla una comprensión integrada del contenido, la
pedagogía y la tecnología, de modo que las herramientas digitales posibilitan nuevas formas de
representación, interacción y evaluación. Moreno-Guerrero et al. (2020) muestran que el uso
combinado de video y role-playing no solo introduce un recurso tecnológico, sino que
transforma los roles de docentes y estudiantes, incrementando la co-creación de significados y
la reflexión metacognitiva. Caballero Meneses et al. (2025) destacan que, en su revisión
sistemática, las experiencias más prometedoras integran tecnologías digitales como
mediadoras de metodologías activas plataformas colaborativas, simuladores, recursos de
gamificación y no como “añadidos” a clases expositivas. Así mismo, Kariippanon et al. (2018)
describen cómo los espacios flexibles apoyados en tecnologías móviles se asocian a mayores
niveles de bienestar percibido, interacción y autonomía, siempre que exista un diseño
instruccional que guíe el uso de estos recursos.
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En contextos universitarios, Frelin y Grannäs (2021) señalan que los entornos de
aprendizaje robustos combinan infraestructuras tecnológicas confiables, mobiliario
reconfigurable y reglas flexibles para el uso de dispositivos, de manera que el estudiantado
pueda transitar entre trabajo individual, colaboración presencial y actividades en línea. Por su
parte, Reinius et al. (2021) analizan un “colegio sin pupitres (espacios escolares físicos
flexibles)” y reportan que el rediseño del mobiliario, junto con plataformas digitales para el
trabajo colaborativo, modifica la experiencia de enseñanza y aprendizaje al fomentar la
movilidad, la coevaluación y la responsabilidad compartida.
Los estudios revisados sugieren que la tecnología habilita pero no garantiza la
innovación: cuando se inserta en lógicas transmisivas, suele reforzar prácticas de control y
vigilancia; cuando se integra en metodologías activas, facilita la personalización, la
colaboración y el acceso a recursos diversos. Desde una síntesis propia, puede afirmarse que
el desafío central consiste en pasar de una “digitalización de lo mismo” —uso de plataformas
para reproducir exámenes y tareas tradicionales a una “reinvención digital” que coloque al
estudiantado en el centro del diseño de experiencias de aprendizaje relevantes.
Cultura institucional y liderazgo
Peña Prado (2024) sostiene que el liderazgo inclusivo implica no solo habilidades de
gestión, sino un conjunto de competencias éticas y relacionales orientadas a construir entornos
donde todos los estudiantes puedan participar y aprender, mediante trabajo colaborativo, uso
de tecnología inclusiva y promoción de valores como la equidad y la justicia social. De igual
manera, Valdés (2022) muestra, a partir de una revisión de estudios empíricos, que el liderazgo
escolar inclusivo se configura como un proceso distribuido en el que la dirección, el profesorado
y otros actores asumen responsabilidad compartida en la eliminación de barreras para el
aprendizaje y la participación.
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En el plano organizativo, Alzouebi et al. (2025) examinan escuelas privadas en Abu
Dabi y encuentran correlaciones significativas entre la cultura de innovación y cinco elementos:
desempeño del liderazgo escolar, relaciones con estudiantes y familias, actividades y
programas, clima institucional y características de los directivos. Estos autores concluyen que
los directores que promueven visiones compartidas, espacios de experimentación pedagógica y
vínculos estrechos con las familias logran mayor propensión del personal a innovar.
Desde el análisis de entornos innovadores, Charteris et al. (2021) describen
“patchworks” de prácticas profesionales en los que equipos docentes colaboran para rediseñar
experiencias de aprendizaje en espacios abiertos, negociando constantemente roles y
responsabilidades. Lozano Lucía et al. (2024) subrayan que la formación sobre entornos
innovadores revela intereses docentes centrados en desarrollar competencias para el trabajo
interdisciplinar, la gestión de grupos numerosos y el uso pedagógico de tecnologías en
espacios flexibles.
En contextos iberoamericanos, Granda-Piñán et al. (2025) evidencian que las
competencias docentes centradas en el alumnado planificación activa, evaluación formativa,
gestión colaborativa del aula se configuran como condición clave para aprovechar los
entornos innovadores, tanto en espacios tradicionales como en aulas reconfiguradas. Estas
autoras indican que la cultura institucional puede facilitar o bloquear el desarrollo de dichas
competencias, dependiendo del apoyo a la reflexión pedagógica y a la experimentación con
nuevas metodologías. Los revisado apuntan a que la cultura institucional y el liderazgo actúan
como “infraestructuras invisibles” de la innovación educativa: definen qué prácticas se
legitiman, cómo se gestionan los riesgos del cambio y de qué manera se involucra a la
comunidad. Sin liderazgos que equilibren dirección estratégica y participación, las iniciativas
innovadoras tienden a diluirse o a quedar confinadas a aulas aisladas.
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Participación de la comunidad educativa
Acero et al. (2024) analizan experiencias de proyectos de ingeniería orientados a
comunidades y muestran que la participación de colectivos locales en el diseño de soluciones
favorece una comprensión más profunda de la justicia social y la sostenibilidad por parte del
estudiantado universitario. Los autores sostienen que la comunidad deja de ser un
“destinatario” de la innovación para convertirse en co-productora de conocimiento, lo que
enriquece las perspectivas y complejiza las decisiones éticas. En el contexto escolar, Alzouebi
et al. (2025) destacan que las relaciones con familias y otros actores externos constituyen uno
de los cinco pilares de la cultura de innovación: cuando los centros promueven actividades
conjuntas, comunicación frecuente y espacios de participación, aumentan tanto la confianza
mutua como la legitimidad de los cambios pedagógicos. Esta idea se alinea con los resultados
de Gualán Minga et al. (2025), quienes sitúan la colaboración con las familias como un
elemento clave para sostener estrategias innovadoras dirigidas a desarrollar habilidades
socioemocionales y pensamiento crítico. En un plano más micro, Peña Prado (2024) subraya
que el liderazgo inclusivo requiere articular el trabajo con profesorado, estudiantes y familias
para detectar y remover barreras culturales, lingüísticas o actitudinales que dificultan la
participación. Valdés (2022) coincide en que los directivos que construyen redes con
organizaciones locales, servicios sociales y otros centros amplían los recursos disponibles para
la innovación, generando “comunidades profesionales y sociales” de aprendizaje.
Bajo esta revisión, puede decirse que la participación de la comunidad educativa actúa
como indicador de la dimensión democrática de la innovación. Cuando los procesos de cambio
se diseñan “con” y no solo “para” estudiantes y familias, se fortalece la pertinencia social de las
iniciativas y se generan aprendizajes sobre deliberación, corresponsabilidad y construcción
colectiva de lo público.
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Impactos sociales de la innovación educativa
Zurita Minango (2024) muestra que la implementación de metodologías activas en
secundaria no solo mejora el rendimiento académico, sino que incrementa la motivación y el
sentido de autoeficacia del estudiantado, elementos asociados a trayectorias educativas más
estables. Caballero Meneses et al. (2025) sintetizan evidencias latinoamericanas que vinculan
la innovación metodológica con el desarrollo de competencias como el trabajo en equipo, la
resolución de problemas y la comunicación, consideradas claves para la inclusión laboral y
social. En contextos de entornos físicos flexibles, Kariippanon et al. (2018) encuentran que el
rediseño de los espacios hacia configuraciones abiertas y móviles se asocia a percepciones
positivas de bienestar, participación y pertenencia, siempre que exista una intencionalidad
pedagógica clara. Reinius et al. (2021) complementan esta perspectiva al mostrar que las
escuelas “sin pupitres” pueden fomentar relaciones más horizontales entre docentes y
estudiantes, pero también generar tensiones cuando no se acompañan con cambios en las
normas y expectativas institucionales.
Desde la dimensión de liderazgo y equidad, Valdés (2022) y Peña Prado (2024)
coinciden en que los modelos de liderazgo escolar inclusivo se vinculan con prácticas que
reducen formas de exclusión asociadas a discapacidad, origen étnico o estatus
socioeconómico, al priorizar el trabajo colaborativo, las adaptaciones curriculares y la cultura
del cuidado. Por su parte, Acero et al. (2024) resaltan que los proyectos universitarios en
alianza con comunidades vulneradas pueden transformar las percepciones del estudiantado
sobre su rol social, impulsando compromisos a largo plazo con agendas de justicia ambiental y
social.
Alzouebi et al. (2025) muestran que las escuelas con culturas de innovación
consolidadas exhiben mayores niveles de implicación de docentes y estudiantes, así como una
orientación más clara hacia la mejora continua y la sostenibilidad institucional. No obstante, la
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literatura analizada también advierte riesgos: si la innovación se asocia únicamente a
indicadores de desempeño medibles, corre el peligro de reforzar lógicas meritocráticas y
competitivas que profundizan desigualdades.
Con base en estos planteamientos, los impactos sociales de la innovación educativa
son a la vez positivos y negativos, según el contexto: pueden contribuir a la democratización
del aprendizaje y a la justicia social, pero también pueden reforzar desigualdades si se
implementan sin atención, a las condiciones materiales y a la participación de los grupos
afectados.
Entornos educativos innovadores
Granda Piñán y Rojo Bofill (2024) describen los entornos innovadores de aprendizaje
(EIA) como espacios que combinan diseño físico flexible, prácticas centradas en el alumnado y
uso discreto pero esencial de tecnologías digitales, orientados a responder a retos como la
ciudadanía global, la inclusión y el bienestar. Magen-Nagar y Steinberger (2017) añaden que,
desde la perspectiva estudiantil, los EIA más valorados son aquellos que permiten seleccionar
formas de trabajo, moverse libremente y cooperar con pares, manteniendo al mismo tiempo
claridad sobre objetivos y criterios de logro.
Trask et al. (2023) proponen un marco caleidoscópico que muestra cómo los EIA
interactúan con las orientaciones al aprendizaje, identificando configuraciones que favorecen la
agencia, la reflexión y la colaboración. Frelin y Grannäs (2021) enfatizan que la robustez de
estos entornos depende de su capacidad para sostener el cambio en el tiempo, integrando
dimensiones arquitectónicas, organizativas y culturales. De manera complementaria, Deed y
Lesko (2015) muestran que la simple apertura de espacios sin transformación pedagógica
puede derivar en “retradicionalización” de prácticas dentro de aulas nominalmente innovadoras.
En relación con el desarrollo profesional, Lozano Lucía et al. (2024) identifican que el
profesorado manifiesta interés en formarse para gestionar la complejidad de los EIA,
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particularmente en lo relativo al trabajo colaborativo, la regulación de la atención en espacios
ruidosos y el uso pedagógico de tecnologías móviles. Granda-Piñán et al. (2025)
complementan esta visión al mostrar que las competencias docentes centradas en el alumnado
son transferibles tanto a EIA como a aulas convencionales, aunque los primeros ofrecen
mayores oportunidades para explorar pedagogías activas.
Cardellino y Woolner (2020) y Reinius et al. (2021) coinciden en que los EIA deben ser
entendidos como “proyectos de cambio” más que como productos terminados: su
funcionamiento requiere procesos continuos de negociación entre docentes, estudiantes,
familias y equipos directivos. En contextos latinoamericanos, Gualán Minga et al. (2025) y
Zurita Minango (2024) sugieren que la creación de entornos innovadores no siempre implica
grandes inversiones en infraestructura, sino reconfigurar usos del aula y de los recursos
disponibles para favorecer la participación y el aprendizaje activo.
Desde una síntesis propia, los entornos educativos innovadores pueden definirse como
ecologías de aprendizaje que articulan espacio, tiempo, relaciones y tecnología al servicio de
experiencias formativas más inclusivas, pertinentes y significativas. Su desarrollo exige
políticas de apoyo, liderazgo pedagógico, formación docente y participación comunitaria, así
como mecanismos de evaluación que atiendan tanto a resultados académicos como a
indicadores de bienestar, equidad y participación.
La presente revisión adopta un enfoque documental y crítico-interpretativo, con
elementos de revisión narrativa. El objetivo no fue realizar un metaanálisis exhaustivo, sino
construir una síntesis conceptual y empírica sobre innovación y entornos educativos
innovadores a partir de literatura reciente.
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CONCLUSIONES
La innovación educativa en entornos propicios emerge como un ecosistema
interconectado donde fundamentos teóricos, estrategias activas, liderazgo distribuido y
participación comunitaria convergen para generar impactos sociales profundos.
La revisión realizada permite afirmar que la innovación educativa es un fenómeno
complejo que solo puede comprenderse adecuadamente cuando se examina la interacción
entre fundamentos pedagógicos, instrumentos concretos, cultura institucional, liderazgo y
participación comunitaria. Los estudios sobre metodologías activas muestran de manera
consistente mejoras en motivación, participación y desarrollo de competencias, especialmente
cuando se articulan con tecnologías digitales y proyectos contextualizados.
Al mismo tiempo, la literatura sobre entornos innovadores de aprendizaje subraya que el
rediseño de los espacios físicos y digitales produce cambios significativos en las dinámicas de
aula, pero estos cambios pueden ser ambivalentes si no se acompañan de procesos de
desarrollo profesional docente y de liderazgos capaces de sostener culturas de colaboración y
reflexión. Los EIA aparecen, así como ecosistemas en los que se ponen a prueba nuevos
equilibrios entre autonomía estudiantil, apoyo estructurado y co-construcción del conocimiento.
En la dimensión social, se evidencia que la innovación educativa puede contribuir a la
equidad y la justicia social cuando se orienta a la inclusión, al trabajo con comunidades y a la
problematización de las desigualdades existentes. Sin embargo, también existe el riesgo de
que, bajo discursos de excelencia e innovación, se perpetúen lógicas selectivas y competitivas
si no se cuestionan los criterios de éxito ni se amplían las formas de participación.
Los entornos educativos innovadores no son solo espacios distintos, sino
configuraciones sociotécnicas en las que se juega el sentido de la educación en sociedades
complejas. Su desarrollo exige integrar decisiones curriculares, arquitectónicas, tecnológicas y
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organizativas con un horizonte explícito de democratización del aprendizaje y de
responsabilidad social.
Cuando hablamos de innovación educativa, muchas veces pensamos primero en
computadoras nuevas, plataformas “modernas” o aulas llenas de pantallas. Sin embargo, al
revisar la literatura reciente y ponerla en diálogo con la realidad de nuestras escuelas y
universidades, se hace evidente que la verdadera innovación va mucho más allá de la
tecnología. En el fondo, se trata de cómo enseñamos, cómo aprendemos y cómo nos
relacionamos dentro de la comunidad educativa. Si no cambiamos esas formas de pensar y de
convivir, cualquier recurso digital se queda en la superficie.
Otro elemento clave es la cultura institucional. No basta con que una profesora o un
grupo pequeño quiera innovar si la dinámica general de la escuela desalienta el cambio:
burocracia excesiva, poca valoración del trabajo colaborativo, énfasis casi exclusivo en
resultados estandarizados.
Lo analizado apunta a que los liderazgos más efectivos para sostener la innovación no
son los autoritarios ni los puramente administrativos, sino aquellos que escuchan, comparten
decisiones, generan confianza y cuidan los tiempos y emociones de las personas que trabajan
en la institución. Cuando el liderazgo se distribuye y se reconoce el aporte de todos, la
innovación deja de ser una “moda” y se vuelve parte de la identidad escolar.
Hay evidencias de que la innovación educativa puede mejorar la equidad, favorecer la
inclusión y apoyar el desarrollo comunitario, especialmente cuando se articula con políticas
públicas y redes entre instituciones. Sin embargo, estos avances conviven con límites muy
claros: desigualdad económica, brechas territoriales, sistemas educativos saturados y poco
flexibles. Por eso, más que entender la innovación como una solución mágica, conviene verla
como un camino de mejora continua que necesita tiempo, coherencia y voluntad política.
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Lo analizado sugiere que los entornos educativos propicios para la innovación no son los
más sofisticados tecnológicamente, sino aquellos donde se cuida la relación entre personas, se
permite experimentar, se reconoce el contexto social y se pone en el centro el derecho de
todas y todos a aprender en condiciones de justicia.
La discusión se orienta, entonces, hacia una idea sencilla pero profunda: innovar en
educación no es “hacer cosas raras”, sino comprometerse, día a día, con una forma de enseñar
y aprender que abra más oportunidades y menos brechas para la sociedad en su conjunto.
Limitaciones
Aunque se siguieron criterios rigurosos de búsqueda y selección, esta revisión presenta
limitaciones. En primer lugar, se restringió a artículos con acceso abierto o con información
suficiente disponible en línea, lo que puede haber dejado fuera estudios relevantes en revistas
de suscripción. En segundo lugar, la lectura en profundidad se centró en secciones clave
(resumen, metodología, resultados y discusión).
Declaración de conflicto de interés
El autor declara no tener ningún conflicto de interés relacionado con esta investigación.
Declaración de contribución a la autoría
Mtra. Carmen Lilia De Alejandro García investigación, conceptualización,
supervisión, validación, redacción del borrador original, revisión y edición de la redacción.
Dr. Daniel Desiderio Borrego Gómez investigación, curación de datos, redacción del
borrador original, revisión y edición de la redacción.
Mtra. Sonia Edith Maldonado Escamilla investigación, curación de datos, validación,
revisión y edición de la redacción.
Dr. Juan Enrique Martínez Can investigación, recursos, visualización, validación,
revisión y edición de la redacción.
DOI: https://doi.org/10.71112/tr9y0e62
1959 Revista Multidisciplinar Epistemología de las Ciencias | Vol. 2, Núm. 4, 2025, octubre-diciembre
Declaración de uso de inteligencia artificial
Los autores declaran que se emplearon herramientas de inteligencia artificial
únicamente como apoyo en organización de ideas y mejora del estilo. Dichas herramientas se
utilizaron de manera complementaria y no sustituyeron en ningún momento el trabajo
intelectual, crítico y analítico en las fases elaboración de este trabajo.
Después de rigurosas revisiones con diferentes herramientas en la que se comprobó
que no existe plagio como constan en las evidencias, los autores manifiestan y reconocen que
este trabajo fue producto de un trabajo intelectual propio, que no ha sido escrito ni publicado en
ninguna plataforma electrónica o de IA.
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